Día 21 de Diciembre de 2019
Hora :17:00
Lugar: Casa de cultura
- Exposición del antiguo Belén de Bercianos, cuya restauración iniciamos en el taller del día 7 de diciembre.
- Taller de papiroflexia dirigido por Edelmiro García.
- Exposición de fotografías por Inés Rivero.
Categorías
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jueves, 19 de diciembre de 2019
OTROS RELATOS PREMIADOS EN EL VIII CONCURSO DE RELATOS UNA HISTORIA EN EL CAMINO
Primera Mención
Relato titulado: Tu mirada
Autor: Antonio Díaz González (Chiclana de la Frontera- Cádiz)
No,
no es que estuviera condicionada por el cansancio, había dormido bien esa noche
y la etapa del día anterior había sido liviana. Tampoco fue cosa del vino, la
cena fue frugal y aquella noche no estaba el irlandés que me tiraba los tejos y
al que siempre le tocaba apagar la luz después de tertulias interminables y
bien regadas. Peter, que así se llamaba, había dado buena cuenta de la fuente
del vino de Irache y esa noche dormiría con redobles de tambor en el cerebro.
No, no fue nada de eso. Yo estaba fresca y despierta como alondra en otoño. Esa
madrugada salí aún a oscuras del albergue y caminé sola hasta el alto de
Montejurra. Bajo unos pinos, enganchada a las hojas de un helecho, estaba tu
red, una malla de hilos encendidos de rocío. El sol se asomaba tras aquellos
helechos anaranjando la bruma y las copas de los árboles y encendía las ristras
de gotitas en la tela de araña. Y entonces apareciste tú. Primero raudo como si
una presa se hubiera agitado en tus dominios. Luego, despacio, con tu mirada de
mil ojos fija en la mía, acechante, hipnotizadora. Y digo “tú” porque aquella
araña tenía tus ojos. Sí, tu mirada, y cuando llegué a dudar de mi cordura
moviste una pata, o aquella araña movió una pata, y la red de minúsculas
lamparitas de rocío vibró al tiempo que saltaban al aire varias gotas, con el
mismo gesto que tanto te gusta agitando las plantas cuando sales al jardín en
mañanas de relente, o después de un chaparrón, o de haber regado yo, pero
siempre a fumar el cigarrillo del escaqueo.
Sí,
aquella araña tenía tu mirada. Quizá sea porque ayer me llamaste por teléfono
para saber cuándo volvería a casa. Quizá sea porque por fin he encontrado la
libertad en estos senderos y termine cada uno de estos días agotada, rendida y
con los pies maltrechos… pero feliz. Aquella arañita, qué culpa tendría ella,
me recordó a ti, a tu red de control, a tu mirada. Pero cómo explicarte que ya
no busco un búnker donde esconderme. Que ya camino libre. Ayer Sahagún, hoy
Bercianos, mañana ya veremos. Ay, Kavafis, qué bueno conocerte en estos pasos.
Cómo decirte que hablo, bebo, bailo y canto con extraños. Que otros idiomas
suenan a gloria en mis oídos. Que no necesito guardar la compostura ante nadie.
Que me lavo o peino a duras penas, no siempre… Cómo explicarte que las soledades
de una montaña, de un llano interminable, son más seguras que mi hogar. Que no
hay aullido de lobo que me asuste tanto como tu llegada a casa cada tarde.
Esa
mañana vi tu mirada en aquella araña, sí, y es por eso que sigo caminando. Ya
queda menos a Santiago, pero tú sigue ahí, no te muevas, esperando, tejiendo
como Penélope. Teje tu red mientras me esperas y destéjela cuando te agobie el
peso de su tela. Y vuelve a empezar, tú sigue tejiendo, porque hay muchos
caminos, el Camino de Santiago y otros, y mientras el apóstol me lo permita,
los viviré todos.
Segunda Mención
Relato titulado. Buen CaminoAutor: Ainoa Polo Sánchez (Madrid)
DÍA 1
En
serio, mi madre está muy pero que muy mal. Una de dos: o le ha dado una
insolación, o quizás se le haya subido el líquido de alguna ampolla a la
cabeza. No contenta con traerme a este infierno, pretende que escriba un diario
todos los días. En primer lugar, porque me ha quedado Lengua y, según ella,
tengo que leer y escribir más y dejarme de tanto móvil. En segundo lugar,
porque dice que llevar un diario será una oportunidad increíble para expresar
todo lo que vaya sintiendo. Dice que hacer el Camino es una experiencia única y
transformadora, pero lo único que se ha transformado hasta ahora es mi opinión
sobre las madres.
DÍA 2
Estamos haciendo el Camino con
Laura, una amiga de mi madre, y con Laurita, su insoportable hija. Laurita, a
pesar del “ita”, tiene quince añazos, me saca una cabeza y me podría poner en
órbita de un manotazo. Es una cursi y me
ignora todo el tiempo. Apenas me dirige la palabra y cuando lo hace resopla
como si me estuviera haciendo muy favor. Desde pequeños nuestras madres insisten
en que nos tenemos que llevar bien. Después de tantos años por fin coincidimos
en algo: los dos odiamos estar aquí, y como nos quejamos cada cinco minutos, por
eso hoy nos han prohibido acercarnos a ellas a menos de 200 metros. Nos ha
tocado caminar juntos, en silencio, eso sí, porque Laurita siempre lleva unos
enormes cascos en las orejas para
escuchar música.
A mitad de camino un chico francés
se nos ha unido. Habla muy bien español. Entonces se ha producido un milagro: Laurita
se ha quitado los cascos y nos ha dirigido la palabra. Bueno, en realidad solo
se la ha dirigido a Jacques (así se llama el chico), y se ha pasado el resto de
la etapa hablando animádamente y riendo como una hiena.
Jacques estaba entusiasmado con el
Camino, y no paraba de decir lo mucho que estaba disfrutando de la experiencia y
las ganas que tenía que llegar a Santiago para abrazar al apóstol y pedirle un
deseo y bla bla bla. No callaba. Laurita le reía todas las gracias y hablaba
con la misma pasión que el francés. Sí, de repente se había vuelto la peregrina
del siglo. Un poco más tarde, Jacques nos confesó que en realidad lo que estaba
deseando era llegar a Finisterre (Fisterra en gallego), porque ahí acababa el
mundo en la Edad Media (era el finis terrae en latín, es decir, “el fin de la tierra”) y no quería quedarse
sin conocer los preciosos acantilados que según Jacques “eran el fin, pero que
en realidad eran el principio”. Laurita escuchaba embobada la palabrería barata
del francesito que le hablaba del valor simbólico y purificador de llegar allí
y fundirse con el mar y lo desconocido.
DÍA 3
Jacques ha continuado hoy el viaje
con nosotros. Ayer se alojó en el mismo albergue. Resulta que viaja solo. Al
principio pensé que estaba haciendo el Camino con sus padres, yo le echaba unos
dieciséis o diecisiete años como mucho. Anoche estaba tomándose un triste
bocadillo de mortadela y como a mamá le dio pena, le invitó a cenar con
nosotros, para gran alegría de Laurita.
No me importó que cenara con
nosotros, pero tiene guasa que a los diez minutos hubiera captado totalmente la
atención de mamá y Laura, que al igual que Laurita, reían como hienas. No paraban de
comentar lo majo e interesante que era. Las había conquistado con su pedantería
y aire misterioso. Intenté llamar la atención contando un par de chistes, e
incluso me interesé por la historia del Camino. Por supuesto, Jacques la
conocía al dedillo, y me la contó con todo lujo de detalles.
DÍA 4
Hoy me levantado dispuesto a ser un peregrino
ejemplar, pero me ha durado poco, en cuanto me he encontrado a Jacques en la
cocina “preparando unos crepes”. Como no podía hacer otra cosa, he devorado
con fruición las tortitas (que para eso estamos en España) junto con mi rabia,
y he decidido cambiar de estrategia: sería tan insoportable que haría que él
mismo se largase. He empezado a hacer de rabiar a Laurita hasta que he logrado
que se enzarzara en una estúpida pelea. Cada tanto, con disimulo, yo empujaba a
Jacques para incomodarle. Pero, lejos de enfadarse, intentaba calmar los
ánimos. En un momento dado, se nos ha quedado mirando con los ojos empañados y nos
ha suplicado que dejáramos de pelearnos, porque era estúpido malgastar el
tiempo con esas tonterías.
Laurita se ha ido muy digna, golpeándome
con el pelo y dándome a su paso un pisotón de los buenos. Jacques se ha
acercado y me ha dicho: “No os peléis. Ya me gustaría a mí tener una hermana
para compartir un viaje así”. Enseguida le he aclarado que no era mi hermana.
“Bueno, hermana, amiga… La conoces de toda la vida. Si te pasara algo, ten por
seguro que podrías contar con ella. Eso es impagable”, me dijo. Y para rematar
la charla ha añadido con nostalgia: “Discutir no lleva a ningún lado. Como
decían los romanos: “Carpe diem”. La vida es muy corta”.
Lo que falta, Jacques es guapo, simpático, buen
cocinero, culto y, además, profundo.
DÍA 5
Ayer
caminé bastante tiempo solo. Los observaba desde los lejos mientras pensaba en
cómo podría deshacerme de él. Cada vez quedaba menos y ya me veía otra noche
con él escuchando sus historias sobre Finisterre. Acabamos la etapa sobre las
17:00.
Mi madre
quería que nos alojáramos en Lavacolla para llegar temprano a la ciudad y
aprovechar bien el día. Nos hospedamos en un pequeño albergue donde había un
grupo de peregrinos murcianos muy simpáticos. Eso me gustó, pensé que de esa
forma el carisma de Jacques pasaría más desapercibido. Pero de nuevo me
equivoqué. Esa noche los murcianos organizaron un concurso al estilo Got talent. Por supuesto que el que más
talento demostró fue mi querido Jacques, que recitaba poesía de maravilla. Yo
quedé como un auténtico pardillo desafinado una canción.
DÍA 6
Hemos
madrugado muchísimo puesto que queíamos llegar temprano para asistir a la misa
del peregrino. Como aún era de noche, Jacques se ha ofrecido a guiarnos con su
enorme linterna. Hemos caminado casi cinco kilómetros en la oscuridad hasta que
mi madre se ha apiadado de nosotros y nos ha preguntado si queríamos parar a
desayunar en un bar. Después de un rato, Jacques ha dicho que iba a colocar
algunas cosas en la mochila y que nos esperaba fuera. Cuando hemos salimos, ha
sido el momento más glorioso de este dichoso Camino, no había ni rastro del
francés. Nadie lo había visto salir. Después de media hora de espera, Laura,
que a día de hoy me parece la única con un poco de cordura, dijo que teníamos
que irnos. El tema de conversación del resto de la etapa he sido, evidentemente,
Jacques y su misteriosa desaparición. Laurita volvió a su mal humor y a sus
cascos, y mamá no paraba de suspirar. Yo tampoco me explicaba cómo había podido
desaparecer y, en secreto, me sentí un poco culpable porque creía que de algún
modo Dios, la energía del universo o quizás el mismísimo apóstol habían
escuchado mis plegarias y se habían encargado de hacerlo desaparecer.
EN
SANTIAGO
A las 11 ya
estábamos en Santiago. La entrada ha sido muy emocionante. El recorrido de
calles hasta llegar a la espectacular Plaza del Obradoiro es precioso. Me
sentía como en una película y mentiría si dijera que no me emocioné. Frente a
la inmensa catedral, la gente celebraba la llegada. El repique de campanas y
los gritos de mi madre me sacaron de mi ensimismamiento. Ni me había dado
cuenta que mamá se había ido a un bar porque tenía una urgencia. Mi madre
regresaba pálida y agitando un papel en la mano. Llegó a mi lado, toda
nerviosa, no conseguía emitir una frase inteligible. Leí el folio, era un
cartel:
“Si usted ve a este chico, contacte
urgentemente con la policía o con su familia. Necesita medicación urgente ya
que sufre una grave enfermedad. Se escapó de casa hace una semana. La última
vez fue visto en Astorga”.
Entonces
yo tenía razón: era menor de edad. Traté de calmar a mi madre, que de la
impresión había comenzado a llorar. Fui a coger un pañuelo en mi mochila y, de
pronto, me encontré un papel en el bolsillo. Lo desdoblé y entonces fui yo el
que me sorprendí. El papel decía:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar y al
volver la vista atrás se ve en la senda que, yo por lo menos, nunca he de
volver a pisar. Ha sido un placer conoceros, peregrinos. Ultreia y Suseia”. Firmado:
Jacques
Reconocí inmediatamente
los versos de Antonio Machado (entraba para el examen de recuperación), pero no
entendía eso de “ultreia et suseia”. Le pregunté a mamá. Mi madre, que no
entendía a santo de qué le hacía esa pregunta en un momento de crisis total, me
explicó rápidamente que era una expresión que usaban antiguamente los
peregrinos para saludarse. Equivalía al “buen camino” actual. Literalmente
significaba: “Nos vemos más allá y más arriba”. Laura añadió que ese “más
arriba hacía referencia al cielo”. Es decir, que cuando adelantabas a alguien le
decías a la gente que la volverías a encontrar en Santiago o, en su defecto, en
el cielo, después de morir.
Disimulé como pude la conmoción.
Ahora lo entendía todo. ¡Podre Jaques! ¿Debería decirles algo? No quería
empeorar la situación ni preocuparles más. Aún estaba a tiempo. Fingí un
retorcijón para salir huyendo a un bar. Con un poco de suerte llegaba a tiempo
para que la policía de Santiago contactara con la de Fisterra y evitara el
desastre.
lunes, 16 de septiembre de 2019
RELATO PREMIADO EN EL VIII CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
Primer Premio
Rutina troceada.
Autora: Angeles del Blanco Tejerina
El
cuchillo abre la zanahoria longitudinalmente con un corte preciso. Coloca las
partes planas sobre la tabla y corta, corta, corta en finísimas tiras. El filo
sube y baja, los dedos retroceden a la misma velocidad. Hoy toca corte juliana,
ayer en cuadrados perfectos. Filo arriba, abajo, dedo atrás, arriba, abajo, atrás,
sin mirar, con los ojos sueltos, traspasando el cristal, chocando contra las
piedras bañadas de luz. Troceada la zanahoria el puerro se tiende en la tabla.
Corte longitudinal y filo arriba, filo abajo, mientras la mirada de Olga sobrevuela
el patio, ese mundo exterior es cuadrado, tiene un pozo y una parra que se
enrosca y trepa por los pilares para terminar desperezándose, extendiéndose por
las vigas que sujetan el corredor. En el
corredor hay ropa tendida en una cuerda, se balancea buscando aire y sol,
ahuyentando cansancio. El agua hierve. Sobre la tabla ya se ofrece media berza,
es suave, el cuchillo se desliza sobre ella y los dedos retroceden. Avance,
retroceso y monotonía. Supervivencia.
La
campanilla de la entrada anuncia peregrino. Olga detesta los timbres, los
ruidos en general, se mueve mejor en el silencio. Sale a abrir limpiándose las
manos, mientras calcula que ya son seis para cenar. Añadirá otra zanahoria y otro
puerro. Tira fuerte, el portón se resiste porque creció con la humedad. Cuando la
bisagra cede, Olga mira al suelo. Es un ritual convertido en liturgia: lo
primero que mira son los pies del peregrino, porque dicen más que los ojos y la
boca. Dos pares de zapatillas de trekking. Ya son siete para cenar. Dos puerros
y dos zanahorias más. Zapatillas modernas, de material ultraligero, colores
flúor. Chicas jóvenes, sin duda, de las que aún no tienen pesares en el alma ni
tonos oscuros en la paleta. Cuando ve sus caras cree haberlas recibido durante
siete vidas: ojos orientales, piel niña y sonrisa perenne, todo bajo
sombreritos de paja. Saludan en su idioma y Olga cabecea y sonríe en el suyo, sólo
conoce el castellano aunque apenas lo practica. Comprende un poco de inglés, algo
el italiano y alguna palabra de francés, pero finge no entender y sustituye los
sonidos por gestos mansos, universales, porque sabe callar y sonreír en 17
idiomas. Extiende el libro para que se registren, muestra la clave wifi anotada
en una pizarra y sube a こんにち y な名前 al
cuarto que compartirán con el americano de botas cuarteadas, y Flavio, el
italiano de calzado cuarentón y polvoriento, posiblemente con demasiados
desvíos en su camino.
Flavio
lleva tres horas en el albergue. Ya se duchó, lavó la ropa y la tendió. Sentado
en el suelo del corredor, con los pies al aire y la espalda apoyada contra la
pared encalada, mira el patio que hay debajo. Cree haber viajado a la Edad
media, cantos rodados y silencio, una parra y un galgo tumbado. Maravillosa
desgana. Le parece formar parte de una escena del Quijote que leyó en su
instituto del Trastévere. Al otro lado del patio la ventana de la cocina enmarca
a la mujer que le recibió, como un cuadro. Tiene el pelo muy rizado, pantalón
suelto tipo indi, camiseta con sisa demasiado amplia enseñando el ombligo y
medio pecho por cada lado, pechos casi niños pero hermosos, calza alpargatas de
esparto en chancleta. Es guapa y misteriosa. Corta verduras sin mirar, con los
ojos volando lejos, muy lejos, cuanto más lejanos más tristes parecen. Flavio
saca de la mochila el bloc y el lapicero. Pinta un patio, un pozo con perro,
una parra sin uvas, un tendal sin secar… suena la campanilla de la entrada. La mujer
abandona el encuadre de la cocina y cinco minutos después sube seguida por dos
chicas orientales. Ellas saludan con un gesto de cabeza, Flavio sonríe y agita
el lápiz en el aire.
Sale
del cuarto la mujer, parece flotar de tan suaves como son sus movimientos al
bajar, desprende tonos grises que alimentan la mina del lapicero y Flavio
sombrea el pozo con ellos. La mujer vuelve al marco de la ventana, a la tabla, a
las verduras. Añade un toque de jengibre porque a los orientales les gusta ese
sabor. Las tiras de verdura se retuercen en el agua. Saca huevos y patatas para
hacer la tortilla, como ayer y antes de ayer, pero hoy cortará las patatas en
rodajas finas, ayer la troceó en cubos perfectos. El cuchillo sube y baja, la
patata suelta fécula y los ojos de Olga lagrimean, tal vez sea la cebolla o tal
vez la ausencia. El aceite calienta en la sartén y los huevos se baten en un
bol, bate y bate por instinto, con la vista apoyada en las botas y playeras que
se airean sobre el pozo. Olga se pregunta qué calzado elegiría ella si algún
día saliera de su cocina, su patio, su cuchillo y las verduras. Si en lugar de
hacer cena para siete extraños cenara con un hombre que hablara silencio, como
ella, y rescatara caricias que ya se enquistan de tanto guardarlas. Las
amontona por si él volviera a recogerlas. Las patatas tiritan en el aceite, un
temblor recorre los pechos niños, las verduras cuecen y su olor baña el aire,
la parra, un perro y siete caminantes salivan mientras masajean los pies
doloridos. Flavio pinta. Olga sueña.
El
americano baja al patio en calcetines y bermudas. Acaricia al perro, entra al
salón en busca de un refresco. La mujer abandona la cocina y se lo sirve. Él regresa
al patio y ella empieza a poner la mesa de madera rugosa y gruesa, piel anciana
suavizada por los roces. Sin mantel. Otro ritual: Siete platos. Siete vasos. Siete
tenedores. Siete cucharas. Siete vidas… A Olga le gusta todo lo que se pueda
numerar. Lo rutinario. Lo dócil. Cada día idéntico al anterior. Lavar sábanas,
secar, barrer, hacer camas, pollo y pescado para comer, puré de verdura,
tortilla de patatas y embutido para cenar. Pan de hogaza, de espelta, sin
gluten para celíacos. Agua, vino y gaseosa. Únicamente varía el número de
clientes. Máximo ocho porque sólo dispone de dos habitaciones y dos baños.
Distintos países, idiomas, colores… pero siempre la misma Olga, la misma cena.
Es la ventaja de alojarse un solo día. Recibe caminantes eufóricos, otros
cargados de melancolía, hay quien deja la tristeza desparramada por el patio,
otros pueblan las sábanas de chinches que habitaron otras camas. Todos llegan
cansados, comen, duermen, ninguno permanece. Solo Olga.
Él
estuvo a punto de hacerlo, pero siguió camino. Volvió dos veces más, antes de
desaparecer para siempre. Fue al único que permitió quedarse dos noches,
saltándose las normas, sobre todo las mentales, pero le negó la tercera. Volvió
en primavera, cenó puré, tortilla de patata y durmió abrazado a su espalda niña.
Regresó con el otoño. Puré, tortilla y una noche de regalo. Sexta y última.
Porque Olga no quiso o no supo soltar nudos, cortar al bies, rasgar las normas.
Comer la vida a bocados sin juliana, ni rodajas, ni cubos perfectos. Entendió tarde
que aquel hombre hizo el Camino de Santiago una sola vez, las dos siguientes peregrinó
hacia ella. Caminó hasta su silencio, su melancolía y los rizos en la almohada.
Pagó tres noches y ella le regaló otras tres. Pero él quería cerrar el libro de
visitas, descolgar la campanilla, borrar la clave wifi, adoptar al galgo y a la
parra, rescatar su mirada del fondo del pozo. Siete servilletas, jarra de agua,
jarra de vino, gaseosa… Los peregrinos bajan y se acomodan, unos hablan, otros
miran, todos comparten la magia de la tarde empedrada en un pueblo de León cuyo
nombre, tal vez no sepan escribir en su diario. Se fotografían ante el pozo con
el galgo dormitando a sus pies y con Olga al fondo rematando la mesa. Puré de
verduras, totilla de patata con cebolla. Embutido y ensalada. Todo sencillo,
nutritivo, exquisito. Todo Olga, su huerto y sus gallinas. Sus ademanes lentos
y ese vaho al mirar, que te empaña. Y casi duele.
De
mañana, se van los caminantes desprovistos de polvo y sueño, dejando su
cansancio entre las sábanas y un ¡gracias! en el libro de visitas. Se hilvanan las
despedidas de unos con el registro de los que ya están cerca, tal vez al girar
aquella curva... Flavio sale el último, mira largo a la mujer, tendiendo un
puente por si ella desea cruzar alguna palabra, pero no lo hace. Se sonríen y
separan. Flavio da tres pasos y se gira: “Me queda una duda y no quiero llevar
más peso del necesario” Olga no responde pero su gesto es de espera: “¿Por qué
cortas las verduras tan minuciosas si al final haces puré?” “Porque es lo único
que distingue un día de otro”. Esa frase acompaña al italiano durante un tramo del
camino, mientras ella deshace camas y tropieza con la lámina que él dejó sobre la
litera: Un patio empedrado, un perro dormitando a la sombra de un pozo y unas
alpargatas de esparto aireándose sobre el pozo. El calzado de sus rutinas. No
soy la única que lee los pies, piensa, y sonríe de lado a lado. Sonríe. Aún
sabe.
martes, 3 de septiembre de 2019
RESULTADO VIII CONCURSO DE RELATOS ¨UNA HISTORIA EN EL CAMINO¨

Primer premio:
Relato: Rutina troceada
Autora: Ángeles del Blanco Tejerina (León)
Primera Mención
Relato titulado: Tu mirada
Autor: Antonio Díaz González (Chiclana de la Frontera- Cádiz)
Segunda Mención
Relato titulado. Buen Camino
Autor: Ainoa Polo Sánchez (Madrid)
miércoles, 17 de julio de 2019
viernes, 3 de mayo de 2019
CONVOCATORIA VIII CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
VIII CONCURSO DE RELATOS BREVES “UNA
HISTORIA EN EL CAMINO”
ORGANIZA: ASOCIACIÓN CULTURAL PADRE SERAPIO. BERCIANOS DEL REAL CAMINO
(LEÓN)
BASES
1. Pueden
concurrir a este certamen todos las personas mayores de 16 años, cualquiera que
sea su nacionalidad
2. Los
trabajos se presentarán en lengua castellana, han de ser originales e inéditos
y no podrán haber sido premiados con anterioridad en ningún otro concurso
literario. No se
admitirán relatos cuyo autor haya sido premiado en ediciones anteriores de este
concurso.
3. Tema: será libre, pero en el relato se
deberá mencionar “El Camino de Santiago”.
5. Forma
de presentación y envío: Por
cada obra se enviará dos ficheros al correo electrónico asociacionpadreserapio@gmail.com
con los siguientes contenidos:
-
Un fichero denominado RELATO, seguido del “título de la obra” que contendrá el
relato presentado, y no habrá datos identificativos de la persona autora.
-
Y otro fichero denominado PLICA que contendrá
el título de la obra, el nombre y apellidos del autor, así como su
dirección completa, y número de teléfono.
6. Plazo
de presentación: Hasta el 15 de junio de 2019 a las 23:59 horas (hora
española), según datos de recepción del correo electrónico en su
destino.
7. El
jurado, cuya composición será decisión de la Junta Directiva de
la
Asociación Cultural Padre Serapio, tendrá además de las
facultades de otorgar o declarar desierto el premio y emitir el fallo, las de
interpretar las presentes bases. La decisión del jurado será inapelable.
8. El
fallo se comunicará personalmente a los premiados y se hará público, entre
otros medios, a través del blog de la Asociación Cultural Padre
Serapio, antes del día 31 de agosto de 2019.
9. Se
establece un premio al mejor relato,
dotado con 150 €. Se hará una mención
especial, a los dos relatos finalistas.
10. La
Asociación Cultural Padre Serapio podrá publicar en su blog http://asocpadreserapiobercianos.blogspot.com y en cualquier otro medio, los trabajos
premiados en este concurso, incluyendo los dos relatos finalistas.
11. No se
devolverán los relatos no premiados.
12. La participación en el concurso implica la
total aceptación de estas Bases
Obituario
Queridos amigos:
Siento comunicaros que este año nos han dejado nuestras compañeras, miembros de esta Asociación, Plácida Quintana, que falleció el día 3 de febrero y Pacita Molleda, el día 6 de marzo.
Quiero dejar aquí constancia, de nuestro cariño y nuestro recuerdo para las dos. D.E.P.
Siento comunicaros que este año nos han dejado nuestras compañeras, miembros de esta Asociación, Plácida Quintana, que falleció el día 3 de febrero y Pacita Molleda, el día 6 de marzo.
Quiero dejar aquí constancia, de nuestro cariño y nuestro recuerdo para las dos. D.E.P.
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