jueves, 19 de diciembre de 2019

OTROS RELATOS PREMIADOS EN EL VIII CONCURSO DE RELATOS UNA HISTORIA EN EL CAMINO


Primera Mención
Relato titulado: Tu mirada
Autor: Antonio Díaz González (Chiclana de la Frontera- Cádiz)


No, no es que estuviera condicionada por el cansancio, había dormido bien esa noche y la etapa del día anterior había sido liviana. Tampoco fue cosa del vino, la cena fue frugal y aquella noche no estaba el irlandés que me tiraba los tejos y al que siempre le tocaba apagar la luz después de tertulias interminables y bien regadas. Peter, que así se llamaba, había dado buena cuenta de la fuente del vino de Irache y esa noche dormiría con redobles de tambor en el cerebro. No, no fue nada de eso. Yo estaba fresca y despierta como alondra en otoño. Esa madrugada salí aún a oscuras del albergue y caminé sola hasta el alto de Montejurra. Bajo unos pinos, enganchada a las hojas de un helecho, estaba tu red, una malla de hilos encendidos de rocío. El sol se asomaba tras aquellos helechos anaranjando la bruma y las copas de los árboles y encendía las ristras de gotitas en la tela de araña. Y entonces apareciste tú. Primero raudo como si una presa se hubiera agitado en tus dominios. Luego, despacio, con tu mirada de mil ojos fija en la mía, acechante, hipnotizadora. Y digo “tú” porque aquella araña tenía tus ojos. Sí, tu mirada, y cuando llegué a dudar de mi cordura moviste una pata, o aquella araña movió una pata, y la red de minúsculas lamparitas de rocío vibró al tiempo que saltaban al aire varias gotas, con el mismo gesto que tanto te gusta agitando las plantas cuando sales al jardín en mañanas de relente, o después de un chaparrón, o de haber regado yo, pero siempre a fumar el cigarrillo del escaqueo.
Sí, aquella araña tenía tu mirada. Quizá sea porque ayer me llamaste por teléfono para saber cuándo volvería a casa. Quizá sea porque por fin he encontrado la libertad en estos senderos y termine cada uno de estos días agotada, rendida y con los pies maltrechos… pero feliz. Aquella arañita, qué culpa tendría ella, me recordó a ti, a tu red de control, a tu mirada. Pero cómo explicarte que ya no busco un búnker donde esconderme. Que ya camino libre. Ayer Sahagún, hoy Bercianos, mañana ya veremos. Ay, Kavafis, qué bueno conocerte en estos pasos. Cómo decirte que hablo, bebo, bailo y canto con extraños. Que otros idiomas suenan a gloria en mis oídos. Que no necesito guardar la compostura ante nadie. Que me lavo o peino a duras penas, no siempre… Cómo explicarte que las soledades de una montaña, de un llano interminable, son más seguras que mi hogar. Que no hay aullido de lobo que me asuste tanto como tu llegada a casa cada tarde.
Esa mañana vi tu mirada en aquella araña, sí, y es por eso que sigo caminando. Ya queda menos a Santiago, pero tú sigue ahí, no te muevas, esperando, tejiendo como Penélope. Teje tu red mientras me esperas y destéjela cuando te agobie el peso de su tela. Y vuelve a empezar, tú sigue tejiendo, porque hay muchos caminos, el Camino de Santiago y otros, y mientras el apóstol me lo permita, los viviré todos.   


 Segunda Mención
Relato titulado. Buen Camino
Autor: Ainoa Polo Sánchez (Madrid)

DÍA 1

En serio, mi madre está muy pero que muy mal. Una de dos: o le ha dado una insolación, o quizás se le haya subido el líquido de alguna ampolla a la cabeza. No contenta con traerme a este infierno, pretende que escriba un diario todos los días. En primer lugar, porque me ha quedado Lengua y, según ella, tengo que leer y escribir más y dejarme de tanto móvil. En segundo lugar, porque dice que llevar un diario será una oportunidad increíble para expresar todo lo que vaya sintiendo. Dice que hacer el Camino es una experiencia única y transformadora, pero lo único que se ha transformado hasta ahora es mi opinión sobre las madres.
DÍA 2
Estamos haciendo el Camino con Laura, una amiga de mi madre, y con Laurita, su insoportable hija. Laurita, a pesar del “ita”, tiene quince añazos, me saca una cabeza y me podría poner en órbita de un manotazo.  Es una cursi y me ignora todo el tiempo. Apenas me dirige la palabra y cuando lo hace resopla como si me estuviera haciendo muy favor. Desde pequeños nuestras madres insisten en que nos tenemos que llevar bien. Después de tantos años por fin coincidimos en algo: los dos odiamos estar aquí, y como nos quejamos cada cinco minutos, por eso hoy nos han prohibido acercarnos a ellas a menos de 200 metros. Nos ha tocado caminar juntos, en silencio, eso sí, porque Laurita siempre lleva unos enormes cascos en las orejas  para escuchar música.
A mitad de camino un chico francés se nos ha unido. Habla muy bien español. Entonces se ha producido un milagro: Laurita se ha quitado los cascos y nos ha dirigido la palabra. Bueno, en realidad solo se la ha dirigido a Jacques (así se llama el chico), y se ha pasado el resto de la etapa hablando animádamente y riendo como una hiena.
Jacques estaba entusiasmado con el Camino, y no paraba de decir lo mucho que estaba disfrutando de la experiencia y las ganas que tenía que llegar a Santiago para abrazar al apóstol y pedirle un deseo y bla bla bla. No callaba. Laurita le reía todas las gracias y hablaba con la misma pasión que el francés. Sí, de repente se había vuelto la peregrina del siglo. Un poco más tarde, Jacques nos confesó que en realidad lo que estaba deseando era llegar a Finisterre (Fisterra en gallego), porque ahí acababa el mundo en la Edad Media (era el finis terrae en latín, es decir, “el fin de la tierra”) y no quería quedarse sin conocer los preciosos acantilados que según Jacques “eran el fin, pero que en realidad eran el principio”. Laurita escuchaba embobada la palabrería barata del francesito que le hablaba del valor simbólico y purificador de llegar allí y fundirse con el mar y lo desconocido.
DÍA 3
Jacques ha continuado hoy el viaje con nosotros. Ayer se alojó en el mismo albergue. Resulta que viaja solo. Al principio pensé que estaba haciendo el Camino con sus padres, yo le echaba unos dieciséis o diecisiete años como mucho. Anoche estaba tomándose un triste bocadillo de mortadela y como a mamá le dio pena, le invitó a cenar con nosotros, para gran alegría de Laurita.
No me importó que cenara con nosotros, pero tiene guasa que a los diez minutos hubiera captado totalmente la atención de mamá y Laura, que al igual que Laurita, reían como hienas. No paraban de comentar lo majo e interesante que era. Las había conquistado con su pedantería y aire misterioso. Intenté llamar la atención contando un par de chistes, e incluso me interesé por la historia del Camino. Por supuesto, Jacques la conocía al dedillo, y me la contó con todo lujo de detalles.
DÍA 4
Hoy me levantado dispuesto a ser un peregrino ejemplar, pero me ha durado poco, en cuanto me he encontrado a Jacques en la cocina “preparando unos crepes”. Como no podía hacer otra cosa, he devorado con fruición las tortitas (que para eso estamos en España) junto con mi rabia, y he decidido cambiar de estrategia: sería tan insoportable que haría que él mismo se largase. He empezado a hacer de rabiar a Laurita hasta que he logrado que se enzarzara en una estúpida pelea. Cada tanto, con disimulo, yo empujaba a Jacques para incomodarle. Pero, lejos de enfadarse, intentaba calmar los ánimos. En un momento dado, se nos ha quedado mirando con los ojos empañados y nos ha suplicado que dejáramos de pelearnos, porque era estúpido malgastar el tiempo con esas tonterías.
Laurita se ha ido muy digna, golpeándome con el pelo y dándome a su paso un pisotón de los buenos. Jacques se ha acercado y me ha dicho: “No os peléis. Ya me gustaría a mí tener una hermana para compartir un viaje así”. Enseguida le he aclarado que no era mi hermana. “Bueno, hermana, amiga… La conoces de toda la vida. Si te pasara algo, ten por seguro que podrías contar con ella. Eso es impagable”, me dijo. Y para rematar la charla ha añadido con nostalgia: “Discutir no lleva a ningún lado. Como decían los romanos: “Carpe diem”. La vida es muy corta”.  
Lo que falta, Jacques es guapo, simpático, buen cocinero, culto y, además, profundo.
DÍA 5
Ayer caminé bastante tiempo solo. Los observaba desde los lejos mientras pensaba en cómo podría deshacerme de él. Cada vez quedaba menos y ya me veía otra noche con él escuchando sus historias sobre Finisterre. Acabamos la etapa sobre las 17:00.
Mi madre quería que nos alojáramos en Lavacolla para llegar temprano a la ciudad y aprovechar bien el día. Nos hospedamos en un pequeño albergue donde había un grupo de peregrinos murcianos muy simpáticos. Eso me gustó, pensé que de esa forma el carisma de Jacques pasaría más desapercibido. Pero de nuevo me equivoqué. Esa noche los murcianos organizaron un concurso al estilo Got talent. Por supuesto que el que más talento demostró fue mi querido Jacques, que recitaba poesía de maravilla. Yo quedé como un auténtico pardillo desafinado una canción.
DÍA 6
Hemos madrugado muchísimo puesto que queíamos llegar temprano para asistir a la misa del peregrino. Como aún era de noche, Jacques se ha ofrecido a guiarnos con su enorme linterna. Hemos caminado casi cinco kilómetros en la oscuridad hasta que mi madre se ha apiadado de nosotros y nos ha preguntado si queríamos parar a desayunar en un bar. Después de un rato, Jacques ha dicho que iba a colocar algunas cosas en la mochila y que nos esperaba fuera. Cuando hemos salimos, ha sido el momento más glorioso de este dichoso Camino, no había ni rastro del francés. Nadie lo había visto salir. Después de media hora de espera, Laura, que a día de hoy me parece la única con un poco de cordura, dijo que teníamos que irnos. El tema de conversación del resto de la etapa he sido, evidentemente, Jacques y su misteriosa desaparición. Laurita volvió a su mal humor y a sus cascos, y mamá no paraba de suspirar. Yo tampoco me explicaba cómo había podido desaparecer y, en secreto, me sentí un poco culpable porque creía que de algún modo Dios, la energía del universo o quizás el mismísimo apóstol habían escuchado mis plegarias y se habían encargado de hacerlo desaparecer.

EN SANTIAGO
A las 11 ya estábamos en Santiago. La entrada ha sido muy emocionante. El recorrido de calles hasta llegar a la espectacular Plaza del Obradoiro es precioso. Me sentía como en una película y mentiría si dijera que no me emocioné. Frente a la inmensa catedral, la gente celebraba la llegada. El repique de campanas y los gritos de mi madre me sacaron de mi ensimismamiento. Ni me había dado cuenta que mamá se había ido a un bar porque tenía una urgencia. Mi madre regresaba pálida y agitando un papel en la mano. Llegó a mi lado, toda nerviosa, no conseguía emitir una frase inteligible. Leí el folio, era un cartel:
“Si usted ve a este chico, contacte urgentemente con la policía o con su familia. Necesita medicación urgente ya que sufre una grave enfermedad. Se escapó de casa hace una semana. La última vez fue visto en Astorga”.

Entonces yo tenía razón: era menor de edad. Traté de calmar a mi madre, que de la impresión había comenzado a llorar. Fui a coger un pañuelo en mi mochila y, de pronto, me encontré un papel en el bolsillo. Lo desdoblé y entonces fui yo el que me sorprendí. El papel decía:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve en la senda que, yo por lo menos, nunca he de volver a pisar. Ha sido un placer conoceros, peregrinos. Ultreia y Suseia”. Firmado: Jacques
Reconocí inmediatamente los versos de Antonio Machado (entraba para el examen de recuperación), pero no entendía eso de “ultreia et suseia”. Le pregunté a mamá. Mi madre, que no entendía a santo de qué le hacía esa pregunta en un momento de crisis total, me explicó rápidamente que era una expresión que usaban antiguamente los peregrinos para saludarse. Equivalía al “buen camino” actual. Literalmente significaba: “Nos vemos más allá y más arriba”. Laura añadió que ese “más arriba hacía referencia al cielo”. Es decir, que cuando adelantabas a alguien le decías a la gente que la volverías a encontrar en Santiago o, en su defecto, en el cielo, después de morir.
Disimulé como pude la conmoción. Ahora lo entendía todo. ¡Podre Jaques! ¿Debería decirles algo? No quería empeorar la situación ni preocuparles más. Aún estaba a tiempo. Fingí un retorcijón para salir huyendo a un bar. Con un poco de suerte llegaba a tiempo para que la policía de Santiago contactara con la de Fisterra y evitara el desastre.