Primera Mención
Relato titulado: Tu mirada
Autor: Antonio Díaz González (Chiclana de la Frontera- Cádiz)
No,
no es que estuviera condicionada por el cansancio, había dormido bien esa noche
y la etapa del día anterior había sido liviana. Tampoco fue cosa del vino, la
cena fue frugal y aquella noche no estaba el irlandés que me tiraba los tejos y
al que siempre le tocaba apagar la luz después de tertulias interminables y
bien regadas. Peter, que así se llamaba, había dado buena cuenta de la fuente
del vino de Irache y esa noche dormiría con redobles de tambor en el cerebro.
No, no fue nada de eso. Yo estaba fresca y despierta como alondra en otoño. Esa
madrugada salí aún a oscuras del albergue y caminé sola hasta el alto de
Montejurra. Bajo unos pinos, enganchada a las hojas de un helecho, estaba tu
red, una malla de hilos encendidos de rocío. El sol se asomaba tras aquellos
helechos anaranjando la bruma y las copas de los árboles y encendía las ristras
de gotitas en la tela de araña. Y entonces apareciste tú. Primero raudo como si
una presa se hubiera agitado en tus dominios. Luego, despacio, con tu mirada de
mil ojos fija en la mía, acechante, hipnotizadora. Y digo “tú” porque aquella
araña tenía tus ojos. Sí, tu mirada, y cuando llegué a dudar de mi cordura
moviste una pata, o aquella araña movió una pata, y la red de minúsculas
lamparitas de rocío vibró al tiempo que saltaban al aire varias gotas, con el
mismo gesto que tanto te gusta agitando las plantas cuando sales al jardín en
mañanas de relente, o después de un chaparrón, o de haber regado yo, pero
siempre a fumar el cigarrillo del escaqueo.
Sí,
aquella araña tenía tu mirada. Quizá sea porque ayer me llamaste por teléfono
para saber cuándo volvería a casa. Quizá sea porque por fin he encontrado la
libertad en estos senderos y termine cada uno de estos días agotada, rendida y
con los pies maltrechos… pero feliz. Aquella arañita, qué culpa tendría ella,
me recordó a ti, a tu red de control, a tu mirada. Pero cómo explicarte que ya
no busco un búnker donde esconderme. Que ya camino libre. Ayer Sahagún, hoy
Bercianos, mañana ya veremos. Ay, Kavafis, qué bueno conocerte en estos pasos.
Cómo decirte que hablo, bebo, bailo y canto con extraños. Que otros idiomas
suenan a gloria en mis oídos. Que no necesito guardar la compostura ante nadie.
Que me lavo o peino a duras penas, no siempre… Cómo explicarte que las soledades
de una montaña, de un llano interminable, son más seguras que mi hogar. Que no
hay aullido de lobo que me asuste tanto como tu llegada a casa cada tarde.
Esa
mañana vi tu mirada en aquella araña, sí, y es por eso que sigo caminando. Ya
queda menos a Santiago, pero tú sigue ahí, no te muevas, esperando, tejiendo
como Penélope. Teje tu red mientras me esperas y destéjela cuando te agobie el
peso de su tela. Y vuelve a empezar, tú sigue tejiendo, porque hay muchos
caminos, el Camino de Santiago y otros, y mientras el apóstol me lo permita,
los viviré todos.
Segunda Mención
Relato titulado. Buen CaminoAutor: Ainoa Polo Sánchez (Madrid)
DÍA 1
En
serio, mi madre está muy pero que muy mal. Una de dos: o le ha dado una
insolación, o quizás se le haya subido el líquido de alguna ampolla a la
cabeza. No contenta con traerme a este infierno, pretende que escriba un diario
todos los días. En primer lugar, porque me ha quedado Lengua y, según ella,
tengo que leer y escribir más y dejarme de tanto móvil. En segundo lugar,
porque dice que llevar un diario será una oportunidad increíble para expresar
todo lo que vaya sintiendo. Dice que hacer el Camino es una experiencia única y
transformadora, pero lo único que se ha transformado hasta ahora es mi opinión
sobre las madres.
DÍA 2
Estamos haciendo el Camino con
Laura, una amiga de mi madre, y con Laurita, su insoportable hija. Laurita, a
pesar del “ita”, tiene quince añazos, me saca una cabeza y me podría poner en
órbita de un manotazo. Es una cursi y me
ignora todo el tiempo. Apenas me dirige la palabra y cuando lo hace resopla
como si me estuviera haciendo muy favor. Desde pequeños nuestras madres insisten
en que nos tenemos que llevar bien. Después de tantos años por fin coincidimos
en algo: los dos odiamos estar aquí, y como nos quejamos cada cinco minutos, por
eso hoy nos han prohibido acercarnos a ellas a menos de 200 metros. Nos ha
tocado caminar juntos, en silencio, eso sí, porque Laurita siempre lleva unos
enormes cascos en las orejas para
escuchar música.
A mitad de camino un chico francés
se nos ha unido. Habla muy bien español. Entonces se ha producido un milagro: Laurita
se ha quitado los cascos y nos ha dirigido la palabra. Bueno, en realidad solo
se la ha dirigido a Jacques (así se llama el chico), y se ha pasado el resto de
la etapa hablando animádamente y riendo como una hiena.
Jacques estaba entusiasmado con el
Camino, y no paraba de decir lo mucho que estaba disfrutando de la experiencia y
las ganas que tenía que llegar a Santiago para abrazar al apóstol y pedirle un
deseo y bla bla bla. No callaba. Laurita le reía todas las gracias y hablaba
con la misma pasión que el francés. Sí, de repente se había vuelto la peregrina
del siglo. Un poco más tarde, Jacques nos confesó que en realidad lo que estaba
deseando era llegar a Finisterre (Fisterra en gallego), porque ahí acababa el
mundo en la Edad Media (era el finis terrae en latín, es decir, “el fin de la tierra”) y no quería quedarse
sin conocer los preciosos acantilados que según Jacques “eran el fin, pero que
en realidad eran el principio”. Laurita escuchaba embobada la palabrería barata
del francesito que le hablaba del valor simbólico y purificador de llegar allí
y fundirse con el mar y lo desconocido.
DÍA 3
Jacques ha continuado hoy el viaje
con nosotros. Ayer se alojó en el mismo albergue. Resulta que viaja solo. Al
principio pensé que estaba haciendo el Camino con sus padres, yo le echaba unos
dieciséis o diecisiete años como mucho. Anoche estaba tomándose un triste
bocadillo de mortadela y como a mamá le dio pena, le invitó a cenar con
nosotros, para gran alegría de Laurita.
No me importó que cenara con
nosotros, pero tiene guasa que a los diez minutos hubiera captado totalmente la
atención de mamá y Laura, que al igual que Laurita, reían como hienas. No paraban de
comentar lo majo e interesante que era. Las había conquistado con su pedantería
y aire misterioso. Intenté llamar la atención contando un par de chistes, e
incluso me interesé por la historia del Camino. Por supuesto, Jacques la
conocía al dedillo, y me la contó con todo lujo de detalles.
DÍA 4
Hoy me levantado dispuesto a ser un peregrino
ejemplar, pero me ha durado poco, en cuanto me he encontrado a Jacques en la
cocina “preparando unos crepes”. Como no podía hacer otra cosa, he devorado
con fruición las tortitas (que para eso estamos en España) junto con mi rabia,
y he decidido cambiar de estrategia: sería tan insoportable que haría que él
mismo se largase. He empezado a hacer de rabiar a Laurita hasta que he logrado
que se enzarzara en una estúpida pelea. Cada tanto, con disimulo, yo empujaba a
Jacques para incomodarle. Pero, lejos de enfadarse, intentaba calmar los
ánimos. En un momento dado, se nos ha quedado mirando con los ojos empañados y nos
ha suplicado que dejáramos de pelearnos, porque era estúpido malgastar el
tiempo con esas tonterías.
Laurita se ha ido muy digna, golpeándome
con el pelo y dándome a su paso un pisotón de los buenos. Jacques se ha
acercado y me ha dicho: “No os peléis. Ya me gustaría a mí tener una hermana
para compartir un viaje así”. Enseguida le he aclarado que no era mi hermana.
“Bueno, hermana, amiga… La conoces de toda la vida. Si te pasara algo, ten por
seguro que podrías contar con ella. Eso es impagable”, me dijo. Y para rematar
la charla ha añadido con nostalgia: “Discutir no lleva a ningún lado. Como
decían los romanos: “Carpe diem”. La vida es muy corta”.
Lo que falta, Jacques es guapo, simpático, buen
cocinero, culto y, además, profundo.
DÍA 5
Ayer
caminé bastante tiempo solo. Los observaba desde los lejos mientras pensaba en
cómo podría deshacerme de él. Cada vez quedaba menos y ya me veía otra noche
con él escuchando sus historias sobre Finisterre. Acabamos la etapa sobre las
17:00.
Mi madre
quería que nos alojáramos en Lavacolla para llegar temprano a la ciudad y
aprovechar bien el día. Nos hospedamos en un pequeño albergue donde había un
grupo de peregrinos murcianos muy simpáticos. Eso me gustó, pensé que de esa
forma el carisma de Jacques pasaría más desapercibido. Pero de nuevo me
equivoqué. Esa noche los murcianos organizaron un concurso al estilo Got talent. Por supuesto que el que más
talento demostró fue mi querido Jacques, que recitaba poesía de maravilla. Yo
quedé como un auténtico pardillo desafinado una canción.
DÍA 6
Hemos
madrugado muchísimo puesto que queíamos llegar temprano para asistir a la misa
del peregrino. Como aún era de noche, Jacques se ha ofrecido a guiarnos con su
enorme linterna. Hemos caminado casi cinco kilómetros en la oscuridad hasta que
mi madre se ha apiadado de nosotros y nos ha preguntado si queríamos parar a
desayunar en un bar. Después de un rato, Jacques ha dicho que iba a colocar
algunas cosas en la mochila y que nos esperaba fuera. Cuando hemos salimos, ha
sido el momento más glorioso de este dichoso Camino, no había ni rastro del
francés. Nadie lo había visto salir. Después de media hora de espera, Laura,
que a día de hoy me parece la única con un poco de cordura, dijo que teníamos
que irnos. El tema de conversación del resto de la etapa he sido, evidentemente,
Jacques y su misteriosa desaparición. Laurita volvió a su mal humor y a sus
cascos, y mamá no paraba de suspirar. Yo tampoco me explicaba cómo había podido
desaparecer y, en secreto, me sentí un poco culpable porque creía que de algún
modo Dios, la energía del universo o quizás el mismísimo apóstol habían
escuchado mis plegarias y se habían encargado de hacerlo desaparecer.
EN
SANTIAGO
A las 11 ya
estábamos en Santiago. La entrada ha sido muy emocionante. El recorrido de
calles hasta llegar a la espectacular Plaza del Obradoiro es precioso. Me
sentía como en una película y mentiría si dijera que no me emocioné. Frente a
la inmensa catedral, la gente celebraba la llegada. El repique de campanas y
los gritos de mi madre me sacaron de mi ensimismamiento. Ni me había dado
cuenta que mamá se había ido a un bar porque tenía una urgencia. Mi madre
regresaba pálida y agitando un papel en la mano. Llegó a mi lado, toda
nerviosa, no conseguía emitir una frase inteligible. Leí el folio, era un
cartel:
“Si usted ve a este chico, contacte
urgentemente con la policía o con su familia. Necesita medicación urgente ya
que sufre una grave enfermedad. Se escapó de casa hace una semana. La última
vez fue visto en Astorga”.
Entonces
yo tenía razón: era menor de edad. Traté de calmar a mi madre, que de la
impresión había comenzado a llorar. Fui a coger un pañuelo en mi mochila y, de
pronto, me encontré un papel en el bolsillo. Lo desdoblé y entonces fui yo el
que me sorprendí. El papel decía:
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar y al
volver la vista atrás se ve en la senda que, yo por lo menos, nunca he de
volver a pisar. Ha sido un placer conoceros, peregrinos. Ultreia y Suseia”. Firmado:
Jacques
Reconocí inmediatamente
los versos de Antonio Machado (entraba para el examen de recuperación), pero no
entendía eso de “ultreia et suseia”. Le pregunté a mamá. Mi madre, que no
entendía a santo de qué le hacía esa pregunta en un momento de crisis total, me
explicó rápidamente que era una expresión que usaban antiguamente los
peregrinos para saludarse. Equivalía al “buen camino” actual. Literalmente
significaba: “Nos vemos más allá y más arriba”. Laura añadió que ese “más
arriba hacía referencia al cielo”. Es decir, que cuando adelantabas a alguien le
decías a la gente que la volverías a encontrar en Santiago o, en su defecto, en
el cielo, después de morir.
Disimulé como pude la conmoción.
Ahora lo entendía todo. ¡Podre Jaques! ¿Debería decirles algo? No quería
empeorar la situación ni preocuparles más. Aún estaba a tiempo. Fingí un
retorcijón para salir huyendo a un bar. Con un poco de suerte llegaba a tiempo
para que la policía de Santiago contactara con la de Fisterra y evitara el
desastre.