Bulliciosos gorriones
Autor: José Ángel Romano
Gijón, una tarde de junio
Hola, querido amigo.
Espero que estés bien. En este
momento siento que estoy con vos en Buenos Aires, en el Café La Paz, ese bar que
cobijó nuestros sueños y al que bautizáramos como nuestro atelier. Recuerdo aquellas
noches en las que la madrugada nos sorprendía a los tres en plena arquitectura
de ideales, dibujando las costas de aquella isla de Tomás Moro. Ella decía que
el sonido de las conversaciones en el bar parecía el nocturno bullicio de
gorriones posados en las ramas de un árbol frondoso.
Yo disfrutaba de ser testigo
del amor que ustedes se tenían, de las discusiones sobre Camus y Sartre, de cómo
se le encendían a ella sus ojos negros cuando te esgrimía a Simone de Beauvoir o
hablaba del mayo francés. Sospecho que todo eso fue la semilla que años después,
ya radicado en Cuenca, hizo nacer en mí el afán de escribir una novela sobre la
historia de ustedes, mía también por la extensión de la amistad; sentí que
escribirla sería una forma de hacer una declaración testimonial de aquellos
tiempos en los que intentamos ser lo que nos pedía la piel urgente de la época
y el clamor de nuestros sueños. Me caló hondo lo que me dijiste una vez sobre
que quienes escribimos resultamos ser muchas veces cartógrafos de geografías de
dolor.
¿Te acordás de aquella noche
de octubre el día de su cumpleaños, cuando le llevé como regalo un casette con
temas que le gustaban? Ella leyó los títulos y se puso a entonar “La Balsa”.
Resuena en mi memoria su voz, ¡qué lindo cantaba! ¿Y esa vez que volvió furiosa
del conservatorio, enojada con lo que estaba pasando y se puso a tocar con su violín,
en la puerta del Café, los acordes de “La marcha de la bronca"? ¡Qué
carácter tenía!
¡Perdoname!, me dejé llevar
por la emoción y los recuerdos. Sucede que estoy haciendo el Camino de Santiago,
es una experiencia fantástica en todos los sentidos que se te ocurran, que te
pone frente a paisajes geográficos, culturales y al propio mundo interior. Hace
unas semanas lo comencé en Irún, el viaje retrospectivo y los soliloquios que
vengo teniendo han ido movilizando mis recuerdos. Pasan por mi mente, sin
solución de continuidad, un montón de imágenes en blanco y negro. Días pasados,
a la salida de un pueblo llamado Ribadesella, encontré un bonito conjunto de
piedras pintadas, una de ellas decía: “El Camino es la misma vida”. Me quedé un
largo rato ahí, caminando por mi interior. Ratifiqué lo importante que fueron
ustedes en mi existencia y me di cuenta de que llevo demasiados años acá, sin regresar.
En ese momento vino a mi mente aquella noche cuando nos enteramos de que se la
habían llevado. Todavía me lacera tu dolor y me sigue angustiando la insistente
e infructuosa manera con la que intentamos averiguar su paradero. Ya sabés lo
que me pasó después y la urgente necesidad que tuve de marcharme. Fueron años muy
duros hasta que logré hacerme un lugar acá y poder vivir de lo que más amo
hacer. Es muy fulera la añoranza, además. Me golpeó terriblemente la carta tuya
que recibí meses después de mi llegada en la que me contabas lo que finalmente le
habían hecho a ella. Que duro precio pagó por la nobleza de sus ideales y su
lealtad. El día que recibí tu carta lloré por la impotencia que me provocaba no
estar a tu lado para abrazarte.
Como si fuera poco todo lo que
te pasó estoy haciendo que lo revivas, me siento un egoísta metido en mi propio
laberinto. En realidad, te escribo para contarte que, después de muchos
intentos y de resolver procesos interiores, por fin logré escribir aquella
novela, “Bulliciosos gorriones” es su título. El veinticinco de octubre la editorial
hará su presentación en Madrid, en la Casa de las Américas y ellos te van a
escribir invitándote a participar de la misma. Cuando me dijeron que esa era la
fecha se sacudieron mis cimientos sensibles y pensé en los curiosos mensajes
que a veces llevan en su vuelo ciertas casualidades.
Aunque sé de tus impedimentos deseo
de todo corazón que puedas venir, hace muchos años que perdido en la distancia
anda dando vueltas un abrazo. De todas maneras, estoy seguro de que ese día, entre
las palabras que yo diga o en las lágrimas que sin duda me aflorarán ella estará
presente y por extensión, aunque no vengas, vos también.
Con la ilusión de verte acá en
ese momento te mando esta carta.
Tu amigo del alma