Fotos realizadas por Jose Pablo Fernández
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miércoles, 31 de agosto de 2022
PUBLICACIÓN DEL SEGUNDO RELATO FINALISTA EN EL IX CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
Fin de curso en Praga Autora: Fátima Alonso Pérez
Ismael entró en el café y buscó con la mirada a su amigo David, que le hizo un gesto con la mano desde una de las mesas del fondo, junto a la ventana. Cuando llegó junto a él, este se puso en pie y le recibió con un abrazo. Ismael le respondió con un par de palmaditas en la espalda y se apartó, incómodo.
-- ¿Qué tal, Isma? ¡Qué moreno
estás, tío! Te ha sentado bien el verano.
-- Hasta los mismísimos de la playa
estaba ya, chaval. Estos enanos no se cansan nunca del agua y de los putos
castillos de arena.
-- ¿Cómo está el peque? ¿Al final
eran anginas?
-- Sí. Está mejor. El cambio de
temperatura, ya sabes. Pero, nada, ya está dando la lata otra vez. Con los
niños es así. El dalsy hace
maravillas. Un día están con cuarenta de fiebre y, al día siguiente, pletóricos
de energía, tocándote otra vez las pelotas. Permanecieron en silencio unos
segundos, que se hicieron eternos, hasta que lo interrumpió David.
-- Parece que no viene el camarero.
Voy al aseo y pido en la barra. ¿Qué quieres tomar?
-- Pídeme una caña. Tostada.
Mientras David se dirigía al aseo,
un aviso de wasap iluminó la pantalla
de su móvil, que había dejado sobre la mesa. El destello duró solo un segundo,
pero fue suficiente para que Ismael reconociera la fotografía que su amigo tenía
de fondo de pantalla. Recordaba perfectamente el momento en que había sido
tomada esa imagen, durante la excursión de fin de curso a Praga con los alumnos
de primero de bachillerato. Estaban junto a la fuente de David Cerny, frente a
la casa museo de Kafka. Los chavales empezaron a hacer bromas con las dos
estatuas de la fuente, dos hombres orinando, uno frente a otro, y comenzaron a
jalear a los dos profesores para que imitaran a las estatuas. No pudo evitar
una sonrisa al rememorar la escena. La voz de su amigo interrumpió sus
pensamientos:
--Una cervecita fresca por aquí –
le dijo mientras dejaba los vasos sobre la mesa.
--¿Y qué tal tú? ¿Qué has hecho
este verano? – preguntó Ismael.
-- Leer, escribir, pasar algún fin
de semana con mis padres en la casa del pueblo… Y, lo mejor sin duda, el Camino
de Santiago. No terminaba de creerme eso que repite todo el mundo, ya sabes,
que si es una experiencia transformadora, que si es algo que hay que hacer una
vez en la vida… Y ahora yo no me canso de repetir lo mismo, tío. No sé qué será,
pero es cierto. Uno tiene la sensación de que no es el mismo cuando regresa de
allí. A mí me ha venido muy bien. Ha sido un verano raro. El primero que he
pasado solo desde hace unos cuantos años. No te lo vas a creer, pero tengo
ganas de que empiece el curso.
-- No jodas, tío – respondió
Ismael. Y los dos se echaron a reír.
-- Sí. Necesito ocupar la cabeza en
algo que no seamos yo y mis circunstancias, que decía el filósofo.
De nuevo se produjo un silencio
incómodo, que esta vez fue interrumpido por Ismael.
--¿No sabes nada de Guillermo?
-- No, es mejor así. Bueno, todavía
tiene cosas en el apartamento. Me iré un fin de semana para que él pueda
recoger tranquilamente. ¿Y tú? ¿Ya tenéis todo listo para el traslado?
-- A ver, el papeleo, los billetes
de avión y eso, sí. Lo del alquiler aún no lo tenemos cerrado, pero hemos visto
una casa que nos gusta mucho y no está mal de precio.
-- ¿En el mismo Lyon?
-- No, a unos cinco kilómetros. Es
una antigua comuna. Se llama La Mulatière. Hemos pensado que es mejor para los
niños. Siempre nos ha gustado la idea de que crezcan en un pueblo.
-- Que crezcan en un pueblo. O sea
que tienes claro que es para largo.
-- Yo, por mí, me quedaría los
cuatro años que contempla la convocatoria de puestos docentes en el exterior. A
ver cómo lo lleva Marta. Ya sabes lo que me ha costado convencerla. Tiene un
apego exagerado al terruño. Es más, yo hubiera preferido cruzar el charco.
Había plazas en Canadá. Pero no ha habido manera, tío.
-- Ya. Canadá. Cuanto más lejos,
mejor, ¿no? ¿Es eso, Ismael?
-- Déjalo, tío. No vayas por ahí.
Ya lo hemos hablado.
-- ¿Qué es lo que hemos hablado?
Refréscame la memoria porque yo no recuerdo que lo hayamos hecho.
-- Sí lo hicimos, David. En Praga.
Y ya te dije que lo olvidaras, que había sido producto de la borrachera.
-- Ni siquiera tú te crees eso que
estás diciendo. Qué borrachera ni qué cojones, si te tomaste una copa y ya me
estabas metiendo mano – le recriminó David a la vez que adelantaba la mitad de
su cuerpo por encima de la mesa, aproximando su cara a la de Ismael y cogiendo
con fuerza su antebrazo.
Ismael se retiró con violencia
hacia atrás y después se puso en pie.
--Voy al lavabo un momento.
Tranquilízate mientras tanto, por favor – le pidió a su amigo.
Se encerró en el aseo y se enjuagó
la cara. Sacó con rabia papel del dispensador y, mientras se secaba, comprobó
cómo temblaban sus manos. Se apoyó en el lavabo mientras trataba de serenarse y
cerró los ojos. Deseó entonces, con todas sus fuerzas, volver a sentir lo mismo
que aquella noche en Praga. Todas las imágenes cuyo recuerdo había tratado de
evitar durante los últimos dos meses regresaron de nuevo con nitidez a su
cabeza. Respiró hondo varias veces hasta que consiguió controlar su excitación.
Después, salió del baño y regresó a la mesa.
--Lo siento. Voy a tener que irme.
He quedado con Marta en encontrarnos por aquí, junto a la plaza. Vamos a comer
donde sus padres – le dijo a su amigo evitando mirarle a los ojos.
-- Espera, por favor. Siéntate un
momento. No quería incomodarte. No quiero que nos despidamos así. ¿Sabes lo que
me pasa, Ismael? Que yo no he salido indemne de ese viaje a Praga. Y no me
refiero solo a la noche aquella en Mala Strana, que también. Fueron demasiadas
horas embriagados de hormonas adolescentes, de ese modo tan intenso de vivir,
de tanta juventud como desprenden los cabrones por todos los poros de la piel.
¡Qué envidia, tío! Nunca pensé que fuera a afectarme de esta manera la crisis
de los cuarenta.
-- Todos pasamos por ello tarde o
temprano, David. Pero tenemos que asumir que ese tiempo ya pasó. La vida sigue
y hay cosas que ya hemos puesto en marcha y que no se pueden detener.
-- ¿Y me puedes explicar por qué me
has llamado entonces?
-- Quería tomar una caña contigo,
charlar un rato y despedirme de ti como dos buenos amigos.
-- ¿Como dos buenos amigos? Venga,
no me jodas. Tú y yo no podemos ser amigos después de lo que pasó en Praga.
-- Lo siento. Yo creía que sí.
-- Entonces, ¿por qué te tiemblan
las manos? ¿Me lo puedes explicar?
Un nuevo silencio quedó flotando
sobre la mesa. Ismael fijó la mirada en el vaso de cerveza mientras lo movía en
círculos. David lo miró fijamente, durante varios segundos, esperando que su
amigo levantara la cabeza y le devolviera la mirada, pero eso no ocurrió. Se puso en pie y, al pasar a su lado, le
alborotó el cabello con la mano. “Suerte con los gabachos”, le dijo antes de
irse. Ismael no contestó. Apretó con fuerza el vaso mientras ocultaba su rostro
con la otra mano.
PUBLICACIÓN DEL PRIMER RELATO FINALISTA EN EL IX CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
Peregrino
del XIX
Emigración,
cloaca de mis horizontes,
entierro de uno sin sepelio,
muerte sin cadáver,
tienes nombre de diosa
y alma de prostituta,
evocas algo nuevo
y eres tan vieja como la historia.
Nombre de esperanza
que se sumerge en la desesperación.
—José Hierro, Réquiem
“Liebre que huye”, piensa Luciano suspirando, “galgos la siguen”. Pero Luciano sabe de sobra que no son liebres ni galgos, sino labriegos
con dos sombras: una del sol y otra del hambre. Ya no tienen más fuerzas para pedirle
agua al cielo, mucho menos espigas de trigo, avena o centeno. Ruegan, no
obstante, que no encuentren más penuria y haya pan para todos. En voz alta,
según corona una loma, Luciano pide a los cielos en que habitan los arcángeles,
serafines y hasta el Altísimo, que vuelvan las nubes cargadas de lluvia, y con
ellas la alegría a los ríos y a una tierra recia como la vida misma. Luego
entona un canto con el sonsonete que siempre trae el tamborilero el día del
patrón, pues hace años descubrió que despeja el hambre y toda necesidad, excepto
la de que pase el tiempo.
Luciano quisiese ya que fuese otoño para sentir el
viento fresco del noroeste, pero es verano y el hambre obliga, a él y a tantos,
a salir a su encuentro. Ya casi no recuerda el olor del trigo segado, ese
aliento de la tierra fértil, el gemido voluptuoso que emite el grano dorado
ante el roce de las manos de los hombres, ansiando acabar en forma de hogaza sobre
un mantel blanco el día de la fiesta.
Los saltones llevan el polvo prendido en las alas.
Trazan arcos que cortan los rayos del sol y despiden colores que no existen.
Por un instante rellenan el vacío del estómago con una emoción de futuro. Luciano
recuerda ahora al celtíbero que le marcó el camino dos pasos por delante de mil
años cada uno, huyendo del poderoso invasor romano para acabar de esclavo en
las minas de oro del Bierzo. También ahora él escapa de la sequía invasora y
poderosa. Le preocupa el símil al que sin querer le conducen sus reflexiones.
Se detiene bajo la sombra quieta de un quejigo para
escribir lo que estima deber ser recordado. De tanto leer el misal, el único
libro que rondaba por la casa, se ha convertido en labrador con alma de profeta
y mano de poeta.
Dejado atrás mi
valle de la mano de Dios abandonado,
donde antes se
alzaba el tallo de la vida y el vuelo de las avutardas,
sobre pisadas de
centuriones que las uñas de jumentos
cargados de siglos y
de grano habían al fin borrado,
las lagunas parecen
en la distancia costras en la piel de la memoria.
Suspira antes de suspender la escritura, guarda el lápiz
y el cuadernillo en el zurrón, con más mimo que el trozo de hogaza y tocino, y
observa el vuelo de un cernícalo forjando desde el cielo un destino común en la
tierra.
Después de tantos años buscando un agua que no acaba de
llegar, Luciano mira al cielo como lo miran los huérfanos: siempre en busca de
una madre que es ya solo un milagro. Hace semanas que las cigarras resucitaron
para poder morir de nuevo sobre yerbas agostadas, sobre árboles frutales
estériles y cereales abrasados. Mandó Dios, de la mano del sol, desbaratar el
año, con agostos en abriles y diciembres en octubres, como el año anterior, y
el de antes, y el otro, cuando los viejos suspiraron antes de anunciar lo que vendría.
Van ya cinco vacas flacas y no quedará nadie en el valle para contar la
séptima. Retoma Luciano el camino, y con él una letanía, porque no es rencor lo
que siente hacia tan inescrutable designio: “Que pueda regresar, Señor mío, con
las vacas gordas”. Se despide de su
tierra con la promesa del retorno, y hasta cree oír como unas zarzas sin moras
le clavan un deseo: “Que no veáis desgracia mayor de la que salís”.
Las alpargatas que hoyan el polvo dejan una nota vibrando
en la calima de la tarde, el sonido de la pena que inunda su origen, del dolor
que llena un pantano a sus espaldas con el agua de los espejismos, tras el
horizonte conocido. “Siguiendo este rumbo”, dijo una voz, acaso la de un celtíbero dos milenios antes, “la tierra
está preñada de oro”. Sería un hombre
como él, de pelo con vetas de nata y ojos de miel, buscando otro embarazo
telúrico. Un hombre con el alma sembrada de semillas que, como su tierra,
seguían sin germinar. “Tal vez allí…”
Sobreviene la noche como si el sol hubiese caído
asfixiado desde el cielo, y Luciano se sabe lejos de su mundo. El aire pesa
diferente, los sonidos son otros, como rumores, sin la claridad del valle familiar.
Aquí, se duele Luciano, la tierra huele roja.
Amanece con ecos que llegan lustrados por otro acento. Luciano
se incorpora, se escupe en las manos y se refriega los ojos para que busquen en
la distancia. Entonces lo siente: el temblor del valle, los pájaros que se
levantan con alboroto exagerado, las voces extrañas que se intensifican y una
respiración grande, monstruosa. Por un instante cree sentir el brazo de su
madre reuniéndole los hombros. Del fondo de aquel mundo crece, junto a una nube
demasiado blanca, un horror negro. La sombra bíblica pasa a su lado dejándole
los oídos sordos. Luciano se dice que eso debía de ser el tren. Y se hurga en las
orejas, por ver si ayudase a que salga el zumbido que las llena.
Aún le tiemblan las piernas y le murmuran los oídos
cuando se agacha para tocar aquella cicatriz de hierro. Descubren sus ojos
entonces un brillo oscuro y se dice que eso debe de ser el carbón. Observa la roca
con la curiosidad de un niño medroso, repasando sus betas untuosas con las
yemas de los dedos. Y siente como si el nuevo mundo con sus promesas hubiese
anidado sobre su mano abierta.
“Yo no seré otro esclavo”, se dice. Luciano cierra el puño y arroja aquel arcano negro hacia el
penacho blanco que se pierde en la distancia, entre verdores que no son suyos.
“Mejor sigo hasta el Fin de la Tierra”, piensa Luciano por el Camino de Santiago
abajo. “Dicen que en el mar todo es agua”.
PUBLICACIÓN DEL RELATO GANADOR EN EL IX CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
El último mayo mozo Autora: Ana Isabel Nespral Méndez
En la iglesia de Rui de Soto, hace tiempo que no se oye la campana. Jesús de Camila piensa que el herrero de Aldares tarda demasiado en venir a repararla. No importa; con o sin repique, hoy es domingo. Se ha puesto su camisa blanca y el pantalón que guarda para días de feria. Va saludando a los vecinos que, como él, acuden a misa de 12:00. Alcanza a la tía Narcisa y a Remedios do Quinto, ve cómo se apoyan la una en la otra y caminan despacio mientras charlan de sus cosas. También se encuentra con Pedrín de Francisca, que tira del brazo de su chaval más pequeño:
―Hola,
Jesús ―saluda Pedro. Y enseguida tuerce el rostro hacia su hijo―. ¡Vamos, rediez,
que no llegamos!
―¿Qué
tal, Pedrín?, ¿tu madre va mejor? –se interesa Jesús.
―Bueno…,
así, así. Francisca es dura, pero los achaques…
―¡Ya,
qué me vas a contar a mí de achaques! El otro día vino el rapaz ese, Antonio,
me dijo no sé qué de unas melecinas
que me iba a traer. No sé, yo con las augas
das herbas me voy arreglando, miedo me da tomar cosas pa na, que ya se sabe: lo que es bueno p’al bazo...
Al
principio a Jesús la iglesia le parece vacía, silenciosa, con ese tufo a
humedad de las paredes viejas. Nota que este olor es cada día más fuerte, que ya
no se aprecia el aroma de incienso, o el de las flores con que adornan el altar
las mujeres que limpian la capilla y rezan juntas el rosario las tardes de los
sábados. Está apartado el pueblo de los otros privilegiados por el que pasa el
Camino de Santiago, eso se nota. Tan cerca y a la vez tan lejos del camino
santo.
Poco
a poco le llega a Jesús como una claridad y, ahora sí, va viendo a los
parroquianos: las mujeres y los chicos situados delante; los hombres, detrás. Algunos
incluso quedarán fuera, echando un pitillo o charlando junto al centenario
tejo. Mientras en su cabeza suena el runrún de la salmodia del cura, Jesús
cavila: el sábado que viene tendría que haber concello. Deberían convenir la fecha para el arreglo del banzao[1];
y los mozos, empezar con los preparativos del primero de mayo. Es entonces cuando
recuerda el interés de Antonio por este festejo.
Conoció
al enfermero la única vez que llamó a un taxi para ir a la consulta local, en
Aldares. Lo primero que pensó al verlo fue: “Este tiene más melena que talla,
el condenao”. Se parecía a uno de
esos jipis que había visto una vez por la tele. Pero enseguida le agradó:
hablaba despacio, con una voz y unos ojos que se reían más que los labios; y pronunciaba
su nombre de una forma mansa, como les hablaba él mismo a las vacas paridas. No
tenía prisa. Empezaron a charlar: de las “cosas de su época, señor Jesús”, le decía
Antonio. Así salió lo de la festa do maio.
―Los
mozos han de levantarse muy pronto para cortar las cañaveiras. Las dejan secar un poco y algunos se cubren el cuerpo
con ellas.
―¿Cañaveiras?
―preguntó el enfermero.
―Sí,
también caxiriños, las ramas dos caxigos[2].
―¡Qué
interesante! Claro, para festejar la llegada de la nueva estación.
―¡Ay!,
eso no sé yo decirle, es una costumbre que se ha hecho siempre en el pueblo. Hay
muchas risas y carreras, los maios-mozos asustan
a los chavales y van por las casas pidiendo
huevos, patatas, nueces, algunas perras… Al día siguiente preparan
tortillas, llevan las patatas para que les hagan una empanada en el horno, y bolos dulces. Y se juntan todos en una
merienda.
Después
de la misa, Jesús regresa a su casa. Echa de menos a su mujer, María. Sus
palabras a la niña cuando los hermanos se metían con ella: “Ven eiquí, Paporrubia”. Y sus caricias.
La niña, los chiquillos… Hace unos días entró en la escuela, la encontró tan
deteriorada que decidió darle una mano de pintura. Aún no ha visto al maestro,
seguro que estará encantado.
…
Antonio
había salido del centro médico con la idea en la cabeza. Desde hacía unos días
le obsesionaba una preocupación: el hombrín del pueblo de allá arriba, Ruy de
Soto, ese personaje recio como la dura tierra a la que siempre se mantuvo fiel.
Había quedado con Doro, el cartero de Aldares, en que irían juntos a ver cómo
se encontraba.
Ahora
regresan por la tortuosa carretera. Después de llamar a la ambulancia que se
encargará de recoger el cuerpo de Jesús de Camila, al enfermero Antonio se le
quiebra la voz:
―Supongo que este día tenía que llegar. Lo vi muy
pocas veces, ¡pero siempre me pareció tan ilusionado! Mantenía limpia la iglesia,
como si cada domingo se oficiara misa; despojaba de hierbas las calles… ¡Hasta
la escuela!, no hace mucho me encargó que le trajera un poco de pintura y… ¡Tenías
que verla!, está impecable; parece que en cualquier momento fueran a entrar,
alborotados, los muchachos. Me hablaba de los vecinos como si aún le
acompañaran, como si no supiera que en el pueblo ya solo quedaba él. Hasta
creía que mañana, uno de mayo, saldrían los mozos a brincar… con esa copla que
me enseñó:
Qué fixeche, maio, que
tanto dormiche,
que pasou abril, e tu non
o viche. [3]
Banzao: presa que contiene las aguas y que permite regar las
tierras de labor.
Caxiriños, caxigo: los primeros son ramas de los caxigos, robles mal formados que se
utilizaban como leña para quemar.
lunes, 29 de agosto de 2022
RESULTADO IX CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"
Queridos amigos,
Premio al mejor relato: