El último mayo mozo Autora: Ana Isabel Nespral Méndez
En la iglesia de Rui de Soto, hace tiempo que no se oye la campana. Jesús de Camila piensa que el herrero de Aldares tarda demasiado en venir a repararla. No importa; con o sin repique, hoy es domingo. Se ha puesto su camisa blanca y el pantalón que guarda para días de feria. Va saludando a los vecinos que, como él, acuden a misa de 12:00. Alcanza a la tía Narcisa y a Remedios do Quinto, ve cómo se apoyan la una en la otra y caminan despacio mientras charlan de sus cosas. También se encuentra con Pedrín de Francisca, que tira del brazo de su chaval más pequeño:
―Hola,
Jesús ―saluda Pedro. Y enseguida tuerce el rostro hacia su hijo―. ¡Vamos, rediez,
que no llegamos!
―¿Qué
tal, Pedrín?, ¿tu madre va mejor? –se interesa Jesús.
―Bueno…,
así, así. Francisca es dura, pero los achaques…
―¡Ya,
qué me vas a contar a mí de achaques! El otro día vino el rapaz ese, Antonio,
me dijo no sé qué de unas melecinas
que me iba a traer. No sé, yo con las augas
das herbas me voy arreglando, miedo me da tomar cosas pa na, que ya se sabe: lo que es bueno p’al bazo...
Al
principio a Jesús la iglesia le parece vacía, silenciosa, con ese tufo a
humedad de las paredes viejas. Nota que este olor es cada día más fuerte, que ya
no se aprecia el aroma de incienso, o el de las flores con que adornan el altar
las mujeres que limpian la capilla y rezan juntas el rosario las tardes de los
sábados. Está apartado el pueblo de los otros privilegiados por el que pasa el
Camino de Santiago, eso se nota. Tan cerca y a la vez tan lejos del camino
santo.
Poco
a poco le llega a Jesús como una claridad y, ahora sí, va viendo a los
parroquianos: las mujeres y los chicos situados delante; los hombres, detrás. Algunos
incluso quedarán fuera, echando un pitillo o charlando junto al centenario
tejo. Mientras en su cabeza suena el runrún de la salmodia del cura, Jesús
cavila: el sábado que viene tendría que haber concello. Deberían convenir la fecha para el arreglo del banzao[1];
y los mozos, empezar con los preparativos del primero de mayo. Es entonces cuando
recuerda el interés de Antonio por este festejo.
Conoció
al enfermero la única vez que llamó a un taxi para ir a la consulta local, en
Aldares. Lo primero que pensó al verlo fue: “Este tiene más melena que talla,
el condenao”. Se parecía a uno de
esos jipis que había visto una vez por la tele. Pero enseguida le agradó:
hablaba despacio, con una voz y unos ojos que se reían más que los labios; y pronunciaba
su nombre de una forma mansa, como les hablaba él mismo a las vacas paridas. No
tenía prisa. Empezaron a charlar: de las “cosas de su época, señor Jesús”, le decía
Antonio. Así salió lo de la festa do maio.
―Los
mozos han de levantarse muy pronto para cortar las cañaveiras. Las dejan secar un poco y algunos se cubren el cuerpo
con ellas.
―¿Cañaveiras?
―preguntó el enfermero.
―Sí,
también caxiriños, las ramas dos caxigos[2].
―¡Qué
interesante! Claro, para festejar la llegada de la nueva estación.
―¡Ay!,
eso no sé yo decirle, es una costumbre que se ha hecho siempre en el pueblo. Hay
muchas risas y carreras, los maios-mozos asustan
a los chavales y van por las casas pidiendo
huevos, patatas, nueces, algunas perras… Al día siguiente preparan
tortillas, llevan las patatas para que les hagan una empanada en el horno, y bolos dulces. Y se juntan todos en una
merienda.
Después
de la misa, Jesús regresa a su casa. Echa de menos a su mujer, María. Sus
palabras a la niña cuando los hermanos se metían con ella: “Ven eiquí, Paporrubia”. Y sus caricias.
La niña, los chiquillos… Hace unos días entró en la escuela, la encontró tan
deteriorada que decidió darle una mano de pintura. Aún no ha visto al maestro,
seguro que estará encantado.
…
Antonio
había salido del centro médico con la idea en la cabeza. Desde hacía unos días
le obsesionaba una preocupación: el hombrín del pueblo de allá arriba, Ruy de
Soto, ese personaje recio como la dura tierra a la que siempre se mantuvo fiel.
Había quedado con Doro, el cartero de Aldares, en que irían juntos a ver cómo
se encontraba.
Ahora
regresan por la tortuosa carretera. Después de llamar a la ambulancia que se
encargará de recoger el cuerpo de Jesús de Camila, al enfermero Antonio se le
quiebra la voz:
―Supongo que este día tenía que llegar. Lo vi muy
pocas veces, ¡pero siempre me pareció tan ilusionado! Mantenía limpia la iglesia,
como si cada domingo se oficiara misa; despojaba de hierbas las calles… ¡Hasta
la escuela!, no hace mucho me encargó que le trajera un poco de pintura y… ¡Tenías
que verla!, está impecable; parece que en cualquier momento fueran a entrar,
alborotados, los muchachos. Me hablaba de los vecinos como si aún le
acompañaran, como si no supiera que en el pueblo ya solo quedaba él. Hasta
creía que mañana, uno de mayo, saldrían los mozos a brincar… con esa copla que
me enseñó:
Qué fixeche, maio, que
tanto dormiche,
que pasou abril, e tu non
o viche. [3]
Banzao: presa que contiene las aguas y que permite regar las
tierras de labor.
Caxiriños, caxigo: los primeros son ramas de los caxigos, robles mal formados que se
utilizaban como leña para quemar.
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