miércoles, 31 de agosto de 2022

PUBLICACIÓN DEL RELATO GANADOR EN EL IX CONCURSO DE RELATOS "UNA HISTORIA EN EL CAMINO"

 

     El último mayo mozo             Autora: Ana Isabel Nespral Méndez

 En la iglesia de Rui de Soto, hace tiempo que no se oye la campana. Jesús de Camila piensa que el herrero de Aldares tarda demasiado en venir a repararla. No importa; con o sin repique, hoy es domingo. Se ha puesto su camisa blanca y el pantalón que guarda para días de feria. Va saludando a los vecinos que, como él, acuden a misa de 12:00. Alcanza a la tía Narcisa y a Remedios do Quinto, ve cómo se apoyan la una en la otra y caminan despacio mientras charlan de sus cosas. También se encuentra con Pedrín de Francisca, que tira del brazo de su chaval más pequeño:

―Hola, Jesús ―saluda Pedro. Y enseguida tuerce el rostro hacia su hijo―. ¡Vamos, rediez, que no llegamos!

―¿Qué tal, Pedrín?, ¿tu madre va mejor? –se interesa Jesús.

―Bueno…, así, así. Francisca es dura, pero los achaques…

―¡Ya, qué me vas a contar a mí de achaques! El otro día vino el rapaz ese, Antonio, me dijo no sé qué de unas melecinas que me iba a traer. No sé, yo con las augas das herbas me voy arreglando, miedo me da tomar cosas pa na, que ya se sabe: lo que es bueno p’al bazo...

Al principio a Jesús la iglesia le parece vacía, silenciosa, con ese tufo a humedad de las paredes viejas. Nota que este olor es cada día más fuerte, que ya no se aprecia el aroma de incienso, o el de las flores con que adornan el altar las mujeres que limpian la capilla y rezan juntas el rosario las tardes de los sábados. Está apartado el pueblo de los otros privilegiados por el que pasa el Camino de Santiago, eso se nota. Tan cerca y a la vez tan lejos del camino santo.

Poco a poco le llega a Jesús como una claridad y, ahora sí, va viendo a los parroquianos: las mujeres y los chicos situados delante; los hombres, detrás. Algunos incluso quedarán fuera, echando un pitillo o charlando junto al centenario tejo. Mientras en su cabeza suena el runrún de la salmodia del cura, Jesús cavila: el sábado que viene tendría que haber concello. Deberían convenir la fecha para el arreglo del banzao[1]; y los mozos, empezar con los preparativos del primero de mayo. Es entonces cuando recuerda el interés de Antonio por este festejo.

Conoció al enfermero la única vez que llamó a un taxi para ir a la consulta local, en Aldares. Lo primero que pensó al verlo fue: “Este tiene más melena que talla, el condenao”. Se parecía a uno de esos jipis que había visto una vez por la tele. Pero enseguida le agradó: hablaba despacio, con una voz y unos ojos que se reían más que los labios; y pronunciaba su nombre de una forma mansa, como les hablaba él mismo a las vacas paridas. No tenía prisa. Empezaron a charlar: de las “cosas de su época, señor Jesús”, le decía Antonio. Así salió lo de la festa do maio.

―Los mozos han de levantarse muy pronto para cortar las cañaveiras. Las dejan secar un poco y algunos se cubren el cuerpo con ellas.

―¿Cañaveiras? ―preguntó el enfermero.

―Sí, también caxiriños, las ramas dos caxigos[2].

―¡Qué interesante! Claro, para festejar la llegada de la nueva estación.

―¡Ay!, eso no sé yo decirle, es una costumbre que se ha hecho siempre en el pueblo. Hay muchas risas y carreras, los maios-mozos asustan a los chavales y van por las casas pidiendo huevos, patatas, nueces, algunas perras… Al día siguiente preparan tortillas, llevan las patatas para que les hagan una empanada en el horno, y bolos dulces. Y se juntan todos en una merienda.

Después de la misa, Jesús regresa a su casa. Echa de menos a su mujer, María. Sus palabras a la niña cuando los hermanos se metían con ella: “Ven eiquí, Paporrubia”. Y sus caricias. La niña, los chiquillos… Hace unos días entró en la escuela, la encontró tan deteriorada que decidió darle una mano de pintura. Aún no ha visto al maestro, seguro que estará encantado.

Antonio había salido del centro médico con la idea en la cabeza. Desde hacía unos días le obsesionaba una preocupación: el hombrín del pueblo de allá arriba, Ruy de Soto, ese personaje recio como la dura tierra a la que siempre se mantuvo fiel. Había quedado con Doro, el cartero de Aldares, en que irían juntos a ver cómo se encontraba.

Ahora regresan por la tortuosa carretera. Después de llamar a la ambulancia que se encargará de recoger el cuerpo de Jesús de Camila, al enfermero Antonio se le quiebra la voz:

 ―Supongo que este día tenía que llegar. Lo vi muy pocas veces, ¡pero siempre me pareció tan ilusionado! Mantenía limpia la iglesia, como si cada domingo se oficiara misa; despojaba de hierbas las calles… ¡Hasta la escuela!, no hace mucho me encargó que le trajera un poco de pintura y… ¡Tenías que verla!, está impecable; parece que en cualquier momento fueran a entrar, alborotados, los muchachos. Me hablaba de los vecinos como si aún le acompañaran, como si no supiera que en el pueblo ya solo quedaba él. Hasta creía que mañana, uno de mayo, saldrían los mozos a brincar… con esa copla que me enseñó:

 

Qué fixeche, maio, que tanto dormiche,

que pasou abril, e tu non o viche. [3]

 

 [1] Concello: reunión de vecinos con diversos fines; entre ellos, concretar las labores comunales.

Banzao: presa que contiene las aguas y que permite regar las tierras de labor.

 [2] Cañaveiras: planta de la familia de los apios también conocida como “apio cabalar”, con las que “visten” a los mayos humanos.

Caxiriños, caxigo: los primeros son ramas de los caxigos, robles mal formados que se utilizaban como leña para quemar.

 [3] Qué hiciste, mayo, que tanto dormiste, que pasó abril y tú no lo viste. El segundo verso no se conserva en las coplas de Villafranca del Bierzo, único sitio donde persiste la festividad de los “Mayos mozos”. Fuente de estos versos: Herminia González Teijón, de 97 años, vecina de Trabadelo (León).

No hay comentarios:

Publicar un comentario