Fin de curso en Praga Autora: Fátima Alonso Pérez
Ismael entró en el café y buscó con la mirada a su amigo David, que le hizo un gesto con la mano desde una de las mesas del fondo, junto a la ventana. Cuando llegó junto a él, este se puso en pie y le recibió con un abrazo. Ismael le respondió con un par de palmaditas en la espalda y se apartó, incómodo.
-- ¿Qué tal, Isma? ¡Qué moreno
estás, tío! Te ha sentado bien el verano.
-- Hasta los mismísimos de la playa
estaba ya, chaval. Estos enanos no se cansan nunca del agua y de los putos
castillos de arena.
-- ¿Cómo está el peque? ¿Al final
eran anginas?
-- Sí. Está mejor. El cambio de
temperatura, ya sabes. Pero, nada, ya está dando la lata otra vez. Con los
niños es así. El dalsy hace
maravillas. Un día están con cuarenta de fiebre y, al día siguiente, pletóricos
de energía, tocándote otra vez las pelotas. Permanecieron en silencio unos
segundos, que se hicieron eternos, hasta que lo interrumpió David.
-- Parece que no viene el camarero.
Voy al aseo y pido en la barra. ¿Qué quieres tomar?
-- Pídeme una caña. Tostada.
Mientras David se dirigía al aseo,
un aviso de wasap iluminó la pantalla
de su móvil, que había dejado sobre la mesa. El destello duró solo un segundo,
pero fue suficiente para que Ismael reconociera la fotografía que su amigo tenía
de fondo de pantalla. Recordaba perfectamente el momento en que había sido
tomada esa imagen, durante la excursión de fin de curso a Praga con los alumnos
de primero de bachillerato. Estaban junto a la fuente de David Cerny, frente a
la casa museo de Kafka. Los chavales empezaron a hacer bromas con las dos
estatuas de la fuente, dos hombres orinando, uno frente a otro, y comenzaron a
jalear a los dos profesores para que imitaran a las estatuas. No pudo evitar
una sonrisa al rememorar la escena. La voz de su amigo interrumpió sus
pensamientos:
--Una cervecita fresca por aquí –
le dijo mientras dejaba los vasos sobre la mesa.
--¿Y qué tal tú? ¿Qué has hecho
este verano? – preguntó Ismael.
-- Leer, escribir, pasar algún fin
de semana con mis padres en la casa del pueblo… Y, lo mejor sin duda, el Camino
de Santiago. No terminaba de creerme eso que repite todo el mundo, ya sabes,
que si es una experiencia transformadora, que si es algo que hay que hacer una
vez en la vida… Y ahora yo no me canso de repetir lo mismo, tío. No sé qué será,
pero es cierto. Uno tiene la sensación de que no es el mismo cuando regresa de
allí. A mí me ha venido muy bien. Ha sido un verano raro. El primero que he
pasado solo desde hace unos cuantos años. No te lo vas a creer, pero tengo
ganas de que empiece el curso.
-- No jodas, tío – respondió
Ismael. Y los dos se echaron a reír.
-- Sí. Necesito ocupar la cabeza en
algo que no seamos yo y mis circunstancias, que decía el filósofo.
De nuevo se produjo un silencio
incómodo, que esta vez fue interrumpido por Ismael.
--¿No sabes nada de Guillermo?
-- No, es mejor así. Bueno, todavía
tiene cosas en el apartamento. Me iré un fin de semana para que él pueda
recoger tranquilamente. ¿Y tú? ¿Ya tenéis todo listo para el traslado?
-- A ver, el papeleo, los billetes
de avión y eso, sí. Lo del alquiler aún no lo tenemos cerrado, pero hemos visto
una casa que nos gusta mucho y no está mal de precio.
-- ¿En el mismo Lyon?
-- No, a unos cinco kilómetros. Es
una antigua comuna. Se llama La Mulatière. Hemos pensado que es mejor para los
niños. Siempre nos ha gustado la idea de que crezcan en un pueblo.
-- Que crezcan en un pueblo. O sea
que tienes claro que es para largo.
-- Yo, por mí, me quedaría los
cuatro años que contempla la convocatoria de puestos docentes en el exterior. A
ver cómo lo lleva Marta. Ya sabes lo que me ha costado convencerla. Tiene un
apego exagerado al terruño. Es más, yo hubiera preferido cruzar el charco.
Había plazas en Canadá. Pero no ha habido manera, tío.
-- Ya. Canadá. Cuanto más lejos,
mejor, ¿no? ¿Es eso, Ismael?
-- Déjalo, tío. No vayas por ahí.
Ya lo hemos hablado.
-- ¿Qué es lo que hemos hablado?
Refréscame la memoria porque yo no recuerdo que lo hayamos hecho.
-- Sí lo hicimos, David. En Praga.
Y ya te dije que lo olvidaras, que había sido producto de la borrachera.
-- Ni siquiera tú te crees eso que
estás diciendo. Qué borrachera ni qué cojones, si te tomaste una copa y ya me
estabas metiendo mano – le recriminó David a la vez que adelantaba la mitad de
su cuerpo por encima de la mesa, aproximando su cara a la de Ismael y cogiendo
con fuerza su antebrazo.
Ismael se retiró con violencia
hacia atrás y después se puso en pie.
--Voy al lavabo un momento.
Tranquilízate mientras tanto, por favor – le pidió a su amigo.
Se encerró en el aseo y se enjuagó
la cara. Sacó con rabia papel del dispensador y, mientras se secaba, comprobó
cómo temblaban sus manos. Se apoyó en el lavabo mientras trataba de serenarse y
cerró los ojos. Deseó entonces, con todas sus fuerzas, volver a sentir lo mismo
que aquella noche en Praga. Todas las imágenes cuyo recuerdo había tratado de
evitar durante los últimos dos meses regresaron de nuevo con nitidez a su
cabeza. Respiró hondo varias veces hasta que consiguió controlar su excitación.
Después, salió del baño y regresó a la mesa.
--Lo siento. Voy a tener que irme.
He quedado con Marta en encontrarnos por aquí, junto a la plaza. Vamos a comer
donde sus padres – le dijo a su amigo evitando mirarle a los ojos.
-- Espera, por favor. Siéntate un
momento. No quería incomodarte. No quiero que nos despidamos así. ¿Sabes lo que
me pasa, Ismael? Que yo no he salido indemne de ese viaje a Praga. Y no me
refiero solo a la noche aquella en Mala Strana, que también. Fueron demasiadas
horas embriagados de hormonas adolescentes, de ese modo tan intenso de vivir,
de tanta juventud como desprenden los cabrones por todos los poros de la piel.
¡Qué envidia, tío! Nunca pensé que fuera a afectarme de esta manera la crisis
de los cuarenta.
-- Todos pasamos por ello tarde o
temprano, David. Pero tenemos que asumir que ese tiempo ya pasó. La vida sigue
y hay cosas que ya hemos puesto en marcha y que no se pueden detener.
-- ¿Y me puedes explicar por qué me
has llamado entonces?
-- Quería tomar una caña contigo,
charlar un rato y despedirme de ti como dos buenos amigos.
-- ¿Como dos buenos amigos? Venga,
no me jodas. Tú y yo no podemos ser amigos después de lo que pasó en Praga.
-- Lo siento. Yo creía que sí.
-- Entonces, ¿por qué te tiemblan
las manos? ¿Me lo puedes explicar?
Un nuevo silencio quedó flotando
sobre la mesa. Ismael fijó la mirada en el vaso de cerveza mientras lo movía en
círculos. David lo miró fijamente, durante varios segundos, esperando que su
amigo levantara la cabeza y le devolviera la mirada, pero eso no ocurrió. Se puso en pie y, al pasar a su lado, le
alborotó el cabello con la mano. “Suerte con los gabachos”, le dijo antes de
irse. Ismael no contestó. Apretó con fuerza el vaso mientras ocultaba su rostro
con la otra mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario